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La fiebre de la Quinina es como se denomina al fenómeno económico y social ocurrido en Ecuador entre los años 1850 y 1885, caracterizado por la explotación del árbol de Quina, de cuya corteza se extrae la quinina que se usó en la industria farmacéutica para tratar la malaria y otras enfermedades tropicales. Así mismo, su producción atrajo gran cantidad de migrantes que se establecieron en las provincias sureñas de Loja, Azuay, Sangay y Bracamoros.

Historia[]

Si bien se conocía de las propiedades curativas de la corteza de la quina desde la época colonial, cuando adquirió un valor muy alto para las arcas fiscales de la corona española, su producción había decaído tras la Independencia de los países andinos, que es donde se podía encontrar la planta. Sin embargo, a mediados del siglo XIX su producción comenzó a crecer nuevamente debido a las incursiones de las potencias europeas en el sudeste asiático, donde abundaban las enfermedades tropicales.

Domesticación y producción[]

Perú y Ecuador se convirtieron una vez más en los mayores productores, tal como había sucedido siglos atrás, pero ahora el beneficio llegaba directamente a sus territorios. Si bien ambos países mantuvieron la recolección de la corteza de manera artesanal, método que creó grandes fortunas como la de Miguel de Heredia y Astudillo, futuro conde de Cinchona, el Gobierno ecuatoriano buscó industrializar su producción a partir de 1850, una visión de la recién instaurada monarquía de Antonio I, en la que la Casa de Luzárraga tuvo participación clave como financista.

La ciudad de Cuenca se convirtió entonces en el laboratorio de domesticación de la quina, donde se experimentó con la mayor parte de las 21 diferentes especies conocidas del árbol, teniendo éxito con al menos ocho de ellas. Las estribaciones de la Cordillera Occidental fueron el primer gran centro de producción, con al menos una docena de haciendas que se aventuraron a sembrar la planta ya domesticada y a experimentar con su ciclo de vida. En esta etapa destacaron exitosamente las plantaciones de Carlos de Ordóñez y Lasso de la Vega, que en 1855 sería reconocido con el título de Barón de Sanahuín.

La década de 1850 atrajo una importante migración interna hacia las regiones orientales de Azuay y Loja, sobre todo de las provincias del norte y de la Costa. Se estima que entre 1850 y 1855 la población de la región duplicó, aunque muchos también fueron soldados irlandeses y franceses que habían llegado al país con la Expedición Floreana de 1847, poseedores de tierras agrícolas en la amazonía, pero que eran duras de trabajar debido a la falta de vías de comunicación y la hostilidad de los nativos.

Una de las consecuencias más imporantes de este primer momento de la Fiebre, fue que en 1855 el Gobierno permitió que la Austro-French Railway Ltd, formada por productores quinineros azuayos, cacaoteros guayasenses, e inversionistas franceses, iniciara la construcción del Ferrocarril transaustral entre las ciudades de CuencaGuayaquil, proyecto completado siete años más tarde, el 14 de septiembre de 1862 con la entrada del ferrocarril en la capital azuaya.

Ampliación de la zona de producción[]

En 1854 Ecuador había firmado el Convenio Luzárraga-Mocatta con los tenedoros de bonos de la llamada Deuda Inglesa, mediante el cual se le condonaba la deuda a cambio de dos millones de cuadras de terrenos baldíos en la región amazónica, un millón de las cuales se encontraban en la ribera oriental del río Zamora, en la provincia de Sangay.

La Ecuador Land Company que era como se llamaba la empresa que agrupaba a los tenedores ingleses, encontró beneficioso este intercambio debido a que la zona negociada se encontraba en la Cordillera del Cóndor, un ramal pequeño y de poca altura de Los Andes, pero que climáticamente ofrecía las mismas características de las áreas productoras de quinina en las provincias de Azuay y Loja. Esto les permitió desarrollar grandes plantaciones de árboles de quina que comenzaron a producir a partir de 1860, cuya materia prima era llevada hasta laboratorios de Cuenca.

En 1866 la Austro-French Railway Ltd propuso la construcción del Ferrocarril del Bomboiza para facilitar el transporte de la producción entre Gualaquiza, eje político y económico de la región quininera inglesa, y la ciudad de Cuenca, donde empataría con la línea del Ferrocarril transaustral que le conectaba al puerto de Guayaquil. Los trabajos iniciaron al año siguiente y la línea fue inaugurada el 21 de noviembre de 1870, con el primer viaje de cargamento en la locomotora Sangay.

Poco a poco la zona de producción descendió también hacia la cuenca del río Zamora, que debido a su escaso poblamiento en las zonas de las estribaciones montañosas de la provincia de Bracamoros, permitió la implantación de grandes haciendas quineras de terratenientes lojanos y azuayos durante la década de 1860. La importancia de la producción bracamorana fue aprovechada por la Compañía de Ferrocarriles del Sur, que en 1867 presentó el proyecto de la Línea del Zamora y comenzó a construirla al año siguiente. La inauguración tuvo lugare el 17 de octubre de 1873 con la llegada de la locomotora Catamayo a la ciudad de Yantzaza.

Entre 1860 y 1885 se vivió una verdadera fiebre colonizadora hacia las provincias de Sangay y Bracamoros, atrayendo a migrantes principalmente italianos, británicos, alemanes y asiáticos, que servían como mano de obra para los grandes productores ingleses y ecuatorianos, así como a los pequeños (irlandeses y franceses), que comercializaban la llamada Quinina de Sangay, pues por sus condiciones propias solía ser considerada la mejor del mundo.

Decaimiento de la producción[]

En 1885 la producción cayó debido a que las colonias inglesas de Java e India también comenzaron a producir quinina, pero Ecuador logró mantenerse como el primer productor mundial hasta 1900, cuando cayó al cuarto lugar. Posterioremente hubo un resurgimiento de la industria entre 1940 y 1950, cuando las colonias inglesas de Asia estaban ocupadas durante la II Guerra Mundial, y aunque después la producción local volvió a caer, el país se mantuvo como el tercer productor mundial.

La quinina y la industria farmacéutica derivada constituyeron el principal rubro económico del país entre 1855 y 1885, cuando cayó al segundo lugar frente a la fiebre del Caucho que se desarrollaba en las regiones de Amazonia y Fluminay.

Consecuencias[]

Migración[]

Una de las principales consecuencias sociales que dejó la Fiebre de la Quinina fue la migración masiva hacia las zonas productoras de las provincias de Azuay, LojaSangay y Bracamoros. De hecho, se calcula que cerca del 37% de su población actual proviene de los extranjeros llegados entre 1850 y 1885.

En la década de 1850, durante la primera época de la fiebre, los primeros migrantes fueron soldados irlandeses, franceses y españoles que habían llegado al país con la Expedición Floreana de 1847, poseedores de tierras agrícolas en la amazonía, pero que eran duras de trabajar debido a la falta de vías de comunicación y la hostilidad de los nativos. Algunos de estos militares-campesinos ganaron experiencia y lograron ahorrar el dinero suficiente para regresar a sus posesiones y sembrar árboles de quina, con lo que se convirtieron en pequeños productores.

Las décadas de 1860 y 1870, caracterizadas por el crecimiento de las zonas productoras hacia las provincias de Sangay y Bracamoros, trajeron consigo un aumento significativo de la migración extranjera, atraída por el importante despegue económico ecuatoriano y la necesidad de mano de obra para las industrias quinera y cacaotera, así como para las fábricas de procesamiento de ambos productos. También hubieron migrantes que se dedicaron al comercio, así como otros que en su calidad de inversionistas se establecieron en las ciudades de Cuenca y Loja.

El grupo de migrantes más numeroso durante esta época fue el de los italianos, que se establecieron sobre todo en la provincia de Sangay; seguidos de los chinos y japoneses, que buscaron fortuna en Bracamoros; mientras que los alemanes y británicos se emplearon en las industrias citadinas de Cuenca, Loja y Macas. Se calcula que durante las tres décadas que duró la fiebre, llegaron al país más de seis millones de personas atraídas por la oferta laboral en la industria de la Quina y sus derivados.

Urbanización[]

La zona sur del país vivió un acelerado proceso de urbanización entre 1870 y 1885, pues marca la época dorada de la industrialización de la quinina, que es el producto obtenido de la corteza del árbol, así como de la naciente farmacéutica de productos médicos derivados. Las ciudades de Cuenca, Loja, Gualaquiza, Zamora y, en menor medida, Jaén, vivieron un crecimiento demográfico importante como centros políticos, administrativos y económicos de la producción.

En 1850 Cuenca contaba con una población estimada de 25.000 habitantes, que diez años después ascendía a 50.000, y para 1880 ya sumaba 220.000. La cara de la ciudad cambió con la llegada de arquitectos, sobre todo italianos, que construyeron sedes para las compañías quineras, mansiones para los hacendados y fábricas a las afueras. Aparecieron los primeros hoteles (Grand Hotel Azuay, Hotel Cuenca, Hotel París), teatros (Teatro Provincial, Teatro Yanuncay), el célebre Casino del Tomebamba y se empedraron la mayor parte de las calles para hacerlas carrozables.

Por otra parte, para el año 1850 Loja tenía una población cercana a las 15.000 personas, que una década más tarde había ascendido a 47.000 y, ya en 1880, alcanzaba las 131.000 personas. Al igual que la capital azuaya, los lojanos vivieron un desarrollo arquitectónico notable, sobre todo desde la inversión privada, se crearon teatros (Teatro Provincial, Teatro Loja, Teatro Valdivieso), se ajardinaron las plazas, embellecieron avenidas, se construyó la Puerta de la Ciudad y apareció un incipiente sistema hotelero y de diversión.

En 1850 Gualaquiza no era más que un pueblo de apenas 700 personas y poca importancia para el país, fue a partir de entonces que inició su proceso de urbanización; para 1865 había alcanzado las 14.000 personas, y en 1885 se estimaba en 71.000. El crecimiento fue cuidadosamente planificado por el primer Gobernador de la región de Amazonia, que pasó a tener su sede en la ciudad; se construyeron calles y puentes, se crearon hermosas plazas y servicios de transporte hacia las localidades cercanas y las grandes zonas productoras.

En casi todas las poblaciones de la región florecieron las escuelas, iglesias y centros de salud; se construyeron modernas carreteras y puentes tan largos que eran la envidia de otros países; se modernizaron los puertos fluviales para facilitar el transporte de la quina desde las zonas de difícil acceso. Es importante resaltar los acuerdos con las poblaciones indígenas de la amazonía para respetar sus territorios, que aunque llegó después de años de enfrentamientos con los colonos que les empujaron tierra adentro, significó una larga y duradera época de paz.

Industrialización[]

La producción de quina a gran escala, así como la construcción de las líneas ferroviarias para su transporte entre las zonas agrícolas hasta el puerto de Guayaquil se tradujo también en una paulatina industrialización de las principales ciudades de la región sur del país. Así, aparecieron al menos 50 fábricas a las que llegaban las cortezas del árbol para la extracción del polvo de quinina que se exportaba a mucho mejor precio que la sola materia prima.

Sin embargo, desde 1865 comenzaron a aparecer también las primeras farmacéuticas que, aprovechando la industria ya existente de refinado, comenzó a producir medicamentos contra varias enfermedades tropicales que eran compradas especialmente por los países europeos que buscaban colonizar África y el Sudeste Asiático (Inglaterra, Francia, Países Bajos, Portugal). En esta época nacerían las actuales Malquin y Azmed, dos de las más grandes del mundo.

La bonanza también significó el establecimiento de otras industrias complementarias, como fábricas de instrumentos agrícolas, químicas, textileras y un sin número de otras ramas que pronto convirtieron a Austrasia en el motor de la economía ecuatoriana y una de las regiones más ricas del continente.

El poder de los quineros era tal que comenzaron a influir en la política nacional y a financiar muchas de las grandes obras del Estado a través de las entidades bancarias, entre las que sobresalen el Banco del Azuay, el Banco de Crédito del Sur y el Banco de Bracamoros.